Habitualmente se entiende o es definido como el sentido de excesiva autoimportancia que tiene una persona de sí.
Más comúnmente se relaciona este concepto con el de “autoestima”, es decir la valoración o estimación que cada cual hace de sí mismo, entendiéndose que en las personas que habitualmente son definidas como “narcisistas” la autoestima está inflada. Esto sin embargo sólo es así si lo percibimos superficialmente, mientras que no es difícil percatarse de que ese excesivo alarde de sus virtudes que hacen y la necesidad de reafirmarse continuamente ante los demás, esconde en realidad un profundo déficit narcisista y de identidad. Es decir, falta un sentimiento adecuado de sí mismo y de su valoración, que es de lo que se trata. La conducta que muestran no sería más que una forma de compensar este déficit.
Así nos dice Luis Cencillo acerca de la autoestima:
“No son las cualidades positivas las que motivan la autoestima, sino algo más elemental todavía: el ser la propia personalidad lo único que se posee, sea poco sea mucho, sea peor, sea mejor. Y esto es lo que también sucede en el verdadero y sólido amor hacia otra persona…” (Lo que Freud no llego a ver, 2001, 46)
“Pues bien, para tener autoestima- que en absoluto es incompatible con la más honda humildad- ha de captarse uno a sí mismo de este modo, como yo concreto intrasferible y único, que por añadidura es mi única realidad (emocional y vivencialmente) identificada por mí y para mí. Y si se ha llegado a esta captación ya no hay riesgo de suicidio ni casi riesgo de psicosis y se está en vías de superar las neurosis.” (Lo que Freud no llego a ver, 2001, 47)
Por lo tanto, en un sentido amplio el narcisismo viene a ser considerado como aquello que hace referencia a la identidad o “sentido de sí” de una persona, de ahí la importancia que este concepto ha llegado a adquirir en Psicoanálisis. Se entiende pues como la base de la estructura de la personalidad, así la identidad no es algo que nos viene dado sino que se va desarrollando a lo largo de toda la vida a través de la interacción con los demás, en especial durante los primeros años, de la infancia y adolescencia, que son fundamentales para el desarrollo psicológico.
En un principio el niño apenas distingue entre sí mismo y los otros, y establece un vínculo fusional, que quiere decir de “no diferenciación” con sus primeros cuidadores (esto puede resultar difícil de entender ya que se trata como decimos de experiencias muy tempranas), hasta que poco a poco va tomando conciencia de sí mismo a través del reflejo que le devuelven los demás y de las experiencias de cuidados, y va adquiriendo distintos grados de independencia respecto de esas figuras primarias (generalmente los padres) hasta llegar a la edad adulta.
Así encontramos varios modos de vinculación ligados a estas primeras etapas de la vida, que se conservan en muchas patologías, pero que también permanecen como un residuo o un modo de ligazón normal a lo largo de toda la vida. Así lo vemos por ejemplo en la relación de los padres con los hijos, que los tratan más bien como si fueran una parte de sí mismos, que como personas independientes cuando son pequeños (y algunos toda la vida). También es muy común en la vida de pareja donde los amantes declaran ser “uno con el otro” o “sin ti no soy nada… “….etc expresiones que evidencian esa identificación mutua característica.
Otro concepto muy en relación con el de narcisismo en Psicoanálisis es el de “identificación”, es decir que a través de la identificación algo se asemeja a otra cosa, generalmente decimos que nos identificamos con alguien cuando nos moldeamos a nosotros mismos para parecernos a esa otra persona. Esto que en principio puede resultar alienante, es un mecanismo normal de estructuración de la personalidad para el niño. Así para verse a sí mismo o tener conciencia de sí mismo el niño tiene primero que verse a través de los ojos del otro, identificándose con él a la vez que lo idealiza, y después introyectándolo (introduciendo al otro dentro de sí o la función que este ejercía) es como se inserta en la dualidad. Así es entonces que puede decir “Este soy yo” (viéndose primeramente a sí mismo desde ese otro), y se puede decir que tiene un mínimo “self” (sentimiento de sí) o identidad mínimamente integrada.
Al principio estas identificaciones son de gran amplitud o de carácter más global, conforme avanza el desarrollo son más parciales, es decir la identificación se hace sólo con aspectos más concretos. Las imitaciones del niño respecto a la conducta de los padres en variados aspectos serían ejemplos de estas identificaciones parciales.
De esta manera a lo largo de nuestra infancia vamos “vistiéndonos” de las identificaciones con nuestros padres sobre todo y familiares más directos, que van a tener una influencia decisiva en la conformación de nuestra personalidad, pero también con otras personas como profesores, amigos de la infancia… etc habituales en nuestro proceso de socialización.
En la adolescencia, si el proceso de maduración ha sido adecuado, debemos liberarnos en parte de estas influencias para conquistar nuestra propia identidad e independencia (una vez fortalecidos). De ahí ese distanciamiento necesario que muestra el adolescente respecto de su familia, la rebeldía frente a los valores e imposiciones de estos. Este es un proceso difícil y doloroso, que no siempre se logra de forma ideal. El cómo se lleve a cabo va a depender de los logros en la maduración que se hayan producido anteriormente, de cómo afronte las tareas propias adolescentes y de los sucesos que le puedan condicionar en esta etapa de gran vulnerabilidad. Al final de la adolescencia la personalidad se vuelve más estable culminando en la forja del carácter en torno a los 20 años, es en estos momentos donde la personalidad puja por lograr la mayor integración posible, a pesar de las inevitables fallas o traumas que arrastre.
La identificación como mecanismo psicológico también está relacionada con algunas cualidades como la “empatía”, es decir para ponernos en el lugar de otra persona necesitamos en parte ser capaces de identificarnos con ella, o por decirlo de manera más llana, vestirnos con su piel, para acercarnos a sentir lo que siente.
La importancia de la empatía para el ser humano ha sido también reconocida por las neurociencias recientemente a través del descubrimiento de las “neuronas espejo”, que serían unas neuronas especializadas en captar la emociones de los demás, induciendo estados semejantes en las persona que lo percibe.
Para el óptimo desarrollo del niño es muy importante que los cuidadores respondan de manera empática ante él (además de permitir que el niño les idealice y se identifique con ellos), haciendo el papel de espejo de sus sentimientos y atendiendo a sus necesidades, para que vaya siendo capaz de reconocer sus emociones y asumiendo su identidad.
El autor que más ha destacado estos aspectos fue Heinz Kohut, quien desarrollo un método especialmente indicado para el tratamiento de los Trastornos narcisistas de la personalidad[1]. Decía que este tipo de trastornos se debían a fallas empáticas por parte de los cuidadores hacia el niño, bien porque no le prestaban suficiente atención, dando lugar a frustraciones traumáticas en esa necesidad del niño de ser reconocido y valorado. Pero también observó casos en que la fijación narcisista se producía cuando los padres sobrevaloraban en exceso al niño, proyectándoles su propio narcisismo, e impidiéndole también de este modo desarrollar una personalidad independiente. La consecuencia en todos los casos sería que el self incipiente del niño (de carácter un tanto grandioso en principio) quedaría reprimido debido a una frustración traumática en esa necesidad de ser especularizado e idealizar a sus figuras significativas. Con lo cual una parte de la personalidad quedaría escindida, entre la necesidad de cubrir la herida y de buscar formas de compensación.
Únicamente a través de un proceso de Psicoterapia profunda sería posible reparar la herida y recuperar esa parte de la personalidad que quedó atrapada tras el muro narcisista.
[1] Se han distinguido dos tipos de trastornos narcisistas (en ambos va a tener una importancia destacada para la persona la valoración de sí misma): el que se corresponde más habitualmente con el llamado Trastorno Narcisista de la Personalidad, donde la autoestima está inflada y muy habitualmente lo acompañan rasgos perversos; y el trastorno narcisista por déficit (que es el que se corresponde más con el modelo de Kohut), que se caracteriza por la baja autoestima, hipersensibilidad al juicio de los demás, dependencia… etc
Kohut destaca que en la etiología de ambos estaría un trauma narcisista en épocas muy tempranas, en torno a los 2 o 3 años, las manifestaciones del trastorno serían un modo de compensar esa herida narcisista.
Nieves de Dios