¿ESTÁ EL SER HUMANO DESTINADO A SENTIRSE INSATISFECHO?

 

El deseo en el ser humano parece algo que nunca se acaba de satisfacer (“deseo incolmable”) o nos deja en cierto modo decepcionados en su consecución o nos puede llegar a obsesionar alejándonos de nuestros quehaceres vitales, y de una participación sana en la realidad.

El deseo se puede definir como aquello que nos motiva e impulsa a la acción, aunque las más de las veces no somos conscientes de cuál es nuestro verdadero objeto de deseo, y por lo tanto de la auténtica motivación de nuestros actos.

Por ejemplo a alguien le puede gustar la pesca, el deporte, el coleccionismo o la caza, o tener cierta orientación vocacional pero los motivos profundos pueden ser bastante insospechados.

El deseo humano a diferencia del animal está determinado por su representatividad de modo simbólico y su concreción en opciones y metas complejas, mientras que los animales están casi exclusivamente condicionados por sus impulsos o instintos y por el asedio estimular del momento, comportándose de forma mucho más mecánica.

Así mismo es algo que se va configurando en distintos estratos, de tal manera que el deseo sería el estrato intermedio entre los impulsos y los afectos, que vienen mucho más determinados por la situación concreta, y suelen ser más conscientes.

En la prosecución del desarrollo los impulsos o instintos básicos (agresivos o sexuales) se van integrando por mediación del deseo y logrando una conducta más adaptada a la realidad. En cambio los objetos de deseo primarios infantiles tienen un carácter mágico, idealizado y parcial (es decir no se considera en su totalidad a la persona).

Nuestros deseos o aspiraciones pueden ser de muchos tipos, que resumidamente se pueden definir como deseos de tipo sexual (o afectivo), narcisistas (obtener logros que refuercen el narcisismo o el reconocimiento por parte de  los demás), agresivos (deseos de venganza…), posesividad etc…

Esto también nos  lleva a reflexionar hasta qué punto los seres humanos tenemos control sobre nuestros actos, o en cambio estamos inadvertidamente dominados por nuestros impulsos y deseos inconscientes, realmente tenemos mucha menos libertad o control del que pensamos mientras que nuestra conducta depende en gran medida de cómo se conformó nuestra personalidad (aparte del contexto puntual), de nuestra historia en definitiva, sin negar nuestra capacidad de autodeterminación.

Lo que tienen en común nuestros deseos sean de un tipo u otro es que su dinámica se rige por una serie de principios o constantes, como muy bien describió Luis Cencillo en su estudio plasmado en el texto “Constantes del deseo” (Transferencia y sistema de psicoterapia, 1977, 344-373), veamos algunas de ellas.

Así lo que solemos desear no suele ser nuestro verdadero objeto de deseo, o también que es algo que se va concretando progresivamente con el tiempo, se diría que nos vamos volviendo cada vez más exigentes, por ejemplo a la hora de entablar una relación romántica con alguien, vamos definiendo más en concreto que es aquello que nos gusta del otro.

“El deseo humano se estimula en forma máximamente concreta, tiende a un <<absoluto>> y posee un objeto latente distinto del manifiesto” (Cencillo, 1977)

En cuanto a la intensidad del deseo suele seguir una trayectoria descendente, aunque no siempre es así, ya que también puede mitigarse e intensificarse alternativamente, u oscilar entre la fijación obsesiva y la aversión.

Algo bien conocido por todos como decíamos al principio es que los deseos nunca suelen cumplir las expectativas que inicialmente habíamos puesto en ellos, se suele dar así una frustración del deseo o cierta decepción una vez que se satisface salvo cuando adquiere un carácter obsesivo (no llega a extinguirse, ni a transformarse  si no que se repite cíclicamente de una forma estereotipada y obsesiva) y en casos de fijación  traumática, donde lo que ocurre es que el deseo se segmenta y se vuelve obsesivo.

Esto es algo que suele ocurrir en las primeras experiencias de satisfacción (primeras experiencias sexuales), si son muy intensas o anómalas, lo cual expresa la naturaleza frágil y expuesta del proceso de satisfacción de todo deseo.

“Y aquí puede apreciarse el riesgo que entraña la búsqueda de experiencias insólitas, que tanto atrae a los jóvenes, sobre todo si llegan a despertar y asociarse componentes infantiles no resueltos, como puede suceder con las drogas, el sadomasoquismo…

Como los componentes infantiles no integrados se hallan dotados de cargas absolutizadas y mágicas, puede suceder que la gratificación obtenida al movilizarlos alucinógena, homosexual o sádicamente, resulte tan intensa y absorbente que eleve repentinamente el nivel determinante de la satisfacción de los demás deseos y rompa así la concatenación de los procesos concordes con la realidad para lanzar al sujeto a la búsqueda de objetos mágicos e irreales y hacerle imposibles ya las satisfacciones adultas de esos mismos deseos, con lo cual se vería lanzado a procesos cortocircuitados y obsesivos cada vez más apartados de la realidad” (Transferencia y sistema de psicoterapia, 1977, 360)

Los deseos tienden con facilidad a hacerse obsesivos, en mayor medida cuanto menos se encuentre integrados, adquiriendo un carácter estereotipado (el proceso para la satisfacción ha de realizarse siempre del mismo modo) y cíclico (necesita de una repetición continuada), aunque las etapas se hacen cada vez más abreviadas y los afectos más desazonantes:

La cortocircuitación de este tipo de deseos radica más bien en esa tendencia que presentan, a la supresión de instancias intermedias, de modo que el ciclo tiende a abreviarse y a hacerse más intenso y hasta violento en su quemar etapas hacia la gratificación final, que, por lo demás, nunca acaba de lograrse. Y no se logra porque lo verdaderamente gratificante es el conjunto del proceso con todas sus fases, su curva ascendente, sus mediaciones dialécticas y su resolución final…

El deseo obsesivamente cíclico, dado que busca un absoluto imaginario no se satisface con objetos reales, cada vez tiende a cortocircuitar más el proceso, en parte por la impaciencia que le causa la insuficiencia de objetos accesibles y, en parte, por el poder de atracción de las expectativas de gratificación que le promete <<el absoluto>> que se ofrece siempre más allá de los objetos accesibles, pero también el desencadenamiento del proceso produce efectos y afectos cada vez más penosos y desazonantes, e inhibitorios de otros procesos adaptativos..” (Transferencia y sistema de psicoterapia, 1977, 358)

También suele ocurrir que cada vez que encontramos un nuevo modo de satisfacción de un deseo más exigente o intenso ello rebaja el poder de atracción de los demás deseos, o igualmente si perdemos un objeto de deseo prevalente el estado depresivo se puede extender a todos los demás objetos. Así se explica la pérdida de interés por personas o aficiones cuando encontramos algo que nos atrae mucho más, o porque nos deprimimos y perdemos el interés por todo cuando sufrimos una pérdida de algo que tenía especial aliciente para nosotros.

Otra constante es lo que llama la “Difusividad generalizada, y es la tendencia a que todos los eslabones o etapas intermedias que conducen a la satisfacción de un deseo se imanten de prestigio, y se conviertan en evocadores.

Este es el motivo de que por ejemplo cuando nuestro deseo tiene como fin una relación erótica con una persona, cualquier aspecto de esta o de su cuerpo, su voz, aspecto etc… pueden despertar un intenso erotismo. Y decrecer la intensidad de estos evocadores cuando se cumple el objetivo previo.

Otra constante es que cuanto más alejado esté de la realidad el deseo se vuelve más obsesivo.

Cuanto mayor es la demora en la satisfacción de un deseo más se intensifica este, eso sí hasta cierto límite en que decrece.

Un aspecto a tener en cuenta es que para dar cabida al deseo en cierto modo es necesario reconocer la ausencia o falta de algo, aceptar que no podemos tener todo, permitirnos cierta inseguridad, para crecer como personas es necesario partir de esto, este es un problema acuciante de nuestra sociedad, donde se busca la satisfacción total (queremos tenerlo todo y sin demora) y se niega toda brecha en el narcisismo (la gente se construye una autoimagen ficticia de lo que entienden por el ideal (poseo todas las cualidades, no tengo defectos, mi vida es perfecta como quiero mostrar en las redes sociales etc..)), no hay lugar para los afectos ya que esto implicaría reconocer ciertas deficiencias, aceptar el riesgo.

La tendencia a la absolutización del deseo en el ser humano queda reflejado en el “Mito de Pandora”, Pandora fue la primera mujer humana creada por el dios del fuego, Hefesto, por orden de Zeus. En principio estaba dotada de todas las cualidades excepto su carácter inconstante, rasgos de seducción y tendencia a la mentira. Los hombres habían vivido hasta entonces libres de todo mal, pero Pandora abrió su caja que contenía todos los males, y cayeron todas las desgracias sobre la humanidad, lo último que quedó en la caja antes de cerrarla fue “la esperanza”, que la ofreció a los hombres como consuelo.

Así el mito nos indica que lo que parecía una promesa de satisfacción de todos los deseos representados en la figura de Pandora, en realidad escondía todos los males, nos alerta así de los peligros de la idealización. Y como lo último que se pierde es la esperanza, es decir nunca perdemos la esperanza de satisfacer nuestros deseos.

 

 

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