EL LABERINTO DEL FAUNO y las tareas de la pubertad

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De entre las diversas lecturas que ofrece El Laberinto del Fauno hemos tomado como objeto de análisis la transición hacia la adolescencia de Ofelia, la niña de 13 años protagonista de la historia.

Ofelia ha de afrontar una serie de pruebas o tareas que entendemos son una representación simbólica de las tareas que se imponen al niño durante la pubertad (10 a 13 años), cuya superación es indispensable para su maduración y para una entrada adecuada en la adolescencia.

El desarrollo adolescente suele progresar siguiendo los rodeos de la regresión, nos dice Peter Bloss, uno de los psicólogos que más se ha dedicado al estudio y descripción de esta etapa.

Tiene que volver de alguna manera al pasado (de modo simbólico) para liberarse de las ataduras infantiles, que se han ido dando a lo largo de todo este periodo, sobre todo de las identificaciones con los padres.

En estos comienzos se da una regresión a niveles preedípicos y pregenitales[1] (promovido también por un aumento de la presión instintiva[2]), mientras que el núcleo de la modificación regresiva de la adolescencia propiamente dicha es el complejo de Edipo.

Así en el relato se contraponen dos escenarios, que se alternan de continuo, por un lado un mundo de fantasía que pertenece sólo a la niña, y que podemos considerar como la proyección de su mundo interno, y que también se retrotrae a un mundo idílico, donde no existe el sufrimiento, ni la muerte, y donde la niña es una princesa y diosa inmortal que solo por accidente se hizo humana. Por otro lado está la más cruda realidad externa, donde domina la violencia, y el poder es detentado por el padrastro, un militar fascista en extremo cruel y despiadado. Hay una alternancia constante entre distintas polaridades, entre el bien y el mal, lo interno y lo externo, la realidad y la fantasía, que a la vez están en relación, y se da una correspondencia entre el conflicto externo y el interno, y que como se trata de una ficción podemos considerar que  lo externo es también una proyección de lo interno pero a distinto nivel.

Por lo tanto se puede ver la pubertad desde el punto de vista de una transición desde el mundo idílico de la infancia, dominado por la fantasía, a un plano más real, donde ha de hacer frente a la pérdida, las frustraciones y la definición de su propia identidad.

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*Si deseas visualizar esta escena pulsa el enlace: Encuentro con el Fauno

En la preadolescencia lo que se impone en primer lugar es rescatar las energías que han quedado atrapadas durante la etapa infantil (etapa de latencia).

Ofelia ha de ser capaz de oponerse al mandato superyoico[3] materno
(comportarse como una niña buena y obediente) y lanzarse en búsqueda de su propia identidad femenina y valores.

Orientada por el Fauno la primera tarea que ha realizar es devolver la vida (la vitalidad, la energía) a una higuera que ha quedado casi muerta, para ello ha de sumergirse por el hueco del árbol, exponiéndose a ensuciarse y ser acometida por bichos repulsivos, finalmente ha de introducir unas piedras preciosas en la boca de un enorme sapo que le dará la llave para la siguiente tarea.

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El árbol es un conocido símbolo de la vida y el renacimiento, como el sapo que representa el rápido crecimiento y la trasformación, así podemos considerar que Ofelia al introducirse en el árbol inicia el camino hacia la gran metamorfosis de la adolescencia. El árbol además es un símbolo de la femineidad, representa pues un regreso a lo femenino, a los orígenes de la vida, a lo materno.

También podemos considerar esta escena como una figuración de una regresión a la etapa anal[4] (al conflicto entre la limpieza y la suciedad, las exigencias y la terquedad, la entrega y la retención). Ha de atravesar de alguna manera esta fase para como decimos recuperar las energías, ayudado sobre todo por un debilitamiento de las fuerzas superyoicas en esta etapa (de ahí la rebeldía prototípica del púber) y una prominencia del yo (que queda sin la dirección simple y presionante de la conciencia).

Esto viene representado sobre todo por la escena del vestido, en ese vestido está proyectado el deseo materno, donde la madre se identifica con su hija y busca así mismo la identificación recíproca de la niña (le dice: “yo siempre quise tener unos zapatos de charol”, “ya verás cuando te vea tu padre tan guapa”), pero Ofelia le desobedece y se va en busca de su propio deseo, aún a costa de decepcionar a la madre.

Culmina la labor con éxito entregando sus “posesiones o piedras valiosas” al sapo (frente a una postura más retentiva en lo afectivo), y enfrentándose a sus temores (el sapo, la suciedad, lo agresivo, lo siniestro…). Esta apertura afectiva y flexibilidad  marca el inicio de la pubertad, y va a posibilitar después todos los cambios que sobrevienen en la adolescencia.En la edad adulta sólo es posible conseguir un nivel de plasticidad comparable a través de la Psicoterapia.

Una tarea de gran importancia sobre todo para la niña[5]  en esta etapa es la liberación de la “identificación” con la madre a un nivel más profundo, de hecho la separación prolongada y dolorosa de la madre constituye la tarea principal de este periodo.

Es este un cometido difícil debido a que la vinculación con la madre en la niña está cargada de gran ambivalencia, pero es imprescindible para su desarrollo.

Así nos dice Helen Deusth: “Un intento prepuberal de liberarse de la madre que fracasó o fue muy débil, puede inhibir el futuro crecimiento psicológico y dejar una huella infantil definitiva en la personalidad total de la mujer” (Deutsch, 1944)

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Es este proceso en distintos momentos lo que nos muestra en gran parte el film, así la primera escena de la película es el respirar agitado de la madre por el avanzado embarazo (y próximo nacimiento) y seguidamente nos anticipa el final, una imagen de la niña tendida en el suelo, agonizando. Nos muestra así la inevitable consecución entre la vida y la muerte, para que surja algo nuevo algo ha de morir, y viceversa. El afrontar la pérdida y por lo tanto la muerte es una constante a lo largo de la vida.

En el transcurso de la narración el estado de la madre es cada vez más crítico, hasta que finalmente muere. Para hacer más llevadero el pesar de la niña frente al progresivo empeoramiento del estado de salud de la madre, el Fauno le hace entrega de una mandrágora, una planta que soñó con ser humana  adquiriendo su forma, y que alimentada adecuadamente posee mágicos poderes de curación. Esta planta podemos verla como un “objeto transicional”, es decir se trata de un objeto que está a medio camino entre la fantasía y la realidad, entre la vida y la muerte, se trata de un objeto simbólico que facilita la transición entre ambos espacios, en este caso afrontar la pérdida materna. También se apoya en la criada, Manuela, como sustituto materno, una persona idealista pero muy anclada en lo real.

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Para romper definitivamente el cordón umbilical con la madre ha de ir más lejos, hacer una regresión temporal y peligrosa a los orígenes primarios del psiquismo, donde se forjo el primer vínculo con la madre, lo que se ha definido como fase oral[6], para ello dibuja una entrada con tiza en la pared de su dormitorio (espacio simbólico de su identidad)  que le permite acceder a ese otro espacio de un modo controlado, a las profundidades del psiquismo.

Un espacio donde los límites con el otro se pierden, de hecho “la criatura que habita allí abajo no es humana” como le advierte el Fauno, corriendo el riesgo de desaparecer totalmente siendo devorado por el otro (objeto primario oral) al dar rienda suelta a sus impulsos orales, como casi le sucede al no resistir la tentación de probar las uvas. Sólo si es capaz de superar esta prueba podrá romper el círculo de identificación con la madre, superar la ambivalencia y recuperar el control de su agresividad, significado por el puñal, que rescata de la experiencia.

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*Si deseas visualizar esta escena pulsa el enlace: Escena de la criatura

Muerta la madre aún ha de realizar otra tarea que le compromete con la identidad recién adquirida (simbolizada por el bebe) y es que ha de ser capaz de sacrificarse por sus valores e ideales, por preservar la vida y la justicia, en este caso al negarse a derramar la sangre inocente del bebe para alcanzar sus objetivos, es el nivel de elevación de este acto lo que le devuelve al estatuto divino (al morir la niña y volver a sus orígenes).

Esta capacidad para conducirse moralmente  pero no como respuesta a un mandato o imposición externa, sino desde el propio juicio interno es algo ya propio de la adolescencia.

Es como lo que le dice el médico al capitán cuando este le pide explicaciones por practicarle la eutanasia al rebelde torturado: “Es que obedecer por obedecer, así sin pensarlo, eso sólo lo hacen gente como usted mi capitán”

Se puede ver también como una renuncia a ese pasado idílico al que aspira para proteger lo nuevo, el renacimiento a través del bebe.

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Entrada la adolescencia aún quedan otras tareas como terminar de elaborar los conflictos edípicos, que finalizará al llegar a la edad adulta con la forja del carácter.

La trama final nos muestra que este cometido aún sigue pendiente, ha habido una liberación de las fuerzas opresoras representadas por la muerte de el capitán, sin embargo parece que el conflicto aún continua, la lucha externa y la interna, hay una disociación entre el padre bueno y el malo, aunque se logra una gran integración a través del bebe, mediante el cual se rescata simbólicamente «algo bueno del padre», pero el niño  “nada sabrá de ese padre”, ni siquiera le dirán su nombre, con lo cual entendemos que la figura paterna no acaba de integrarse.

Bibliografía:

  • Bloss, P. (1979). La transición adolescente. Buenos Aires. Amorrortu.
  • Bloss, P (1971). Psicoanálisis de la adolescencia. México: Joaquín Mortiz (Enlace al libro en internet)
  • Bloss, P (1970). Los comienzos de la adolescencia. Buenos Aires. Amorrortu (2001)
  • Cencillo, L. (1975). Raices del conflicto sexual. Madrid. Guadiana de publicaciones.
  • Freud, A. (1957). Psicoanálisis del desarrollo del niño y del adolescente. Barcelona. Paidos (1985)
  • Freud, S. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1996.
  • Metlzer, D y Harris, M. (1998). Adolescentes. Buenos Aires. Spatia Editorial.
  • Nágera, H. (1978). Desarrollo de la teoría de la líbido en la obra de Freud. Buenos Aires. Paidos.

[1] Preedípico o pregenital hace referencia a aquellos periodos del desarrollo infantil anteriores a la fase Edípica.

[2] Un aumento de la presión instintiva conduce a una catexis indiscriminada de todas aquellas metas libidinales y agresivas de gratificación que han servido al niño durante los años tempranos de su vida. No se puede distinguir un objeto amoroso nuevo y una meta instintiva nueva. Cualquier experiencia puede transformarse en estímulo sexual durante la pubertad.

[3] Clásicamente el Superyó se define como el heredero del Complejo de Edipo, se forma por interiorización de las exigencias y prohibiciones parentales, también es una “representación de la realidad” en la estructura psíquica.

[4] Etapa del desarrollo psicosexual del niño que suele comenzar al año y medio y extenderse hasta los 4 años aproximadamente coincidiendo con la época en que el niño es educado en el control de los esfínteres, y se le plantean una serie de conflictos alrededor. Ya hay un cierta diferenciación yo-otro, pero las relaciones están marcadas por gran agresividad, el control y la dialéctica dominación-sumisión.

[5] Para el niño también es importante pero en mucha menor medida debido a que en la infancia ya se vio obligado a renunciar a la identificación materna para resolver el complejo de Edipo, identificándose con el padre.

[6] Es la etapa más primigenia del desarrollo, se le llama fase oral porque el niño busca la satisfacción y contacto con el medio a través de la boca sobre todo. En esta fase el niño apenas tiene conciencia de sí mismo y de la diferenciación con el otro, vive casi en una completa simbiosis e identificación con el otro, y se siente de continuo amenazado por ser devorado por el otro, en la proyección de sus propios impulsos agresivos orales. Se caracteriza esta etapa también por una gran ambivalencia, donde los impulsos amorosos y agresivos son disociados.

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