A menudo escucho alusiones referidas a este tema, se suele pensar que el Psicoanálisis o la Psicoterapia psicoanalítica para lo que sirve es para “conocerse a uno mismo”, y no es incierto que sea uno de los beneficios que se obtienen, en parte debido a que se requiere dedicar cierto tiempo a explorar la vida mental, sin embargo no es la meta que se busca sino que la persona consiga desempeñarse mejor en todos los aspectos de su vida y aliviar su malestar.
Para lograr el cambio en la personalidad que pretendemos no basta con que la persona adquiera ciertos conocimientos de sí mismo, y mucho menos si entendemos esto en un sentido intelectual.
Estas afirmaciones tienen su base también en los primeros desarrollos teóricos dentro del psicoanálisis, donde se planteó que el objetivo de la cura había de ser “hacer consciente lo inconsciente”, levantando las barreras de la represión, y se esperaba que de esta forma desaparecerían los síntomas.
Hoy vemos que todo es mucho más complejo, el saber que se obtiene no es más que uno de los elementos del proceso y no el último.
En cualquier caso ese conocimiento no llevaría a ningún lado si no se da una movilización afectiva previa, es decir tiene que calar hondo.
Y adquiere su importancia en el contexto de juego de la relación con el terapeuta, que le prepara para ello.
Lo que sucede en definitiva es todo un desarrollo en el que las estructuras mentales se van modificando, tocando adecuadamente todos los resortes que las sustentan.
Y como nuestra mente está hecha de símbolos y de significados que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra vida se puede decir que todo es modificable.
Por lo tanto tampoco tiene mucho sentido hablar de conocimiento de uno mismo en un sentido estático, y menos como resultado de un tratamiento donde se espera que haya un cambio más o menos notable.
Lo que si se espera es que la persona adquiera un sentido de su identidad sólido, pero esto es algo distinto a lo que se entiende por “conocerse” a uno mismo habitualmente, y tiene que ver con que la persona sea capaz de “ser” todo aquello que podría llegar a ser (es algo dinámico), de mostrarse con cierta seguridad y autoestima, dentro de lo posible, dado que uno nunca termina de definir del todo su identidad, sino que se va perfilando a lo largo de toda la vida.
Desde el psicoanálisis se ha entendido el conocerse en el sentido de conocer el pasado (a veces recuerdos olvidados o reprimidos) y como nos ha condicionado en el presente, pero tampoco basta con conocer el pasado sino que hay que elaborarlo y darle un sentido distinto que nos permita crecer.
Y además modificar el significado de la experiencia no siempre es suficiente, sino que es necesario cambiar el modo de afrontamiento, el gesto con el que nos enfrentamos a las situaciones de la vida.
También se puede entender el conocimiento de uno mismo en un “sentido elevado”, como el despertar de conciencia fruto del crecimiento personal, que amplifica nuestra visión del mundo y de nosotros mismos. Este podría ser también el fin último de un proceso personal de cambio. Pero está algo alejado del concepto que aquí tratamos, de la concepción más vulgar del término y de cómo se aplica en la práctica clínica.
Por lo tanto no se trata sólo de mirar o “regresar” al pasado sino de hacer el futuro, de “progresar”, no se trata sólo de “conocerse” a uno mismo sino de “ser” uno mismo.