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Soy partidaria de un modelo holístico e integral que tenga en cuenta los distintos modelos terapeúticos y teorías psicológicas que se han creado hasta ahora para entender al ser humano y aliviar su sufrimiento.

En concreto practico un modelo de orientación dinámica, porque entiendo que para conseguir el cambio profundo que se requiere en una gran parte de los casos es necesario movilizar la personalidad desde sus raíces y esto sólo es posible a través de las herramientas que ofrece la psicología profunda.

Partiendo de estos principios he tomado como base y referente de mi quehacer terapeútico el modelo de Psicoterapia creado por Luis Cencillo, que nos aporta una base teórica de carácter antropológico en la concepción del ser humano, así como una sistematización muy precisa para la práctica de la Psicoterapia y los elementos que le dan su eficacia.

Esto le ha permitido diferenciarse de los modelos de tratamiento Psicoanalítico tradicionales, donde el papel del Psicoanalista era fundamentalmente pasivo (generalmente considerado únicamente como una «pantalla en blanco» frente a las proyecciones del paciente ) y sólo se tenían en cuenta aquellos elementos que encajaban en el modelo teórico de base, en ocasiones muy abstracto y en cualquier caso parcial en la consideración de lo humano, que tendía a provocar que los tratamientos se alargaran o resultaran ineficaces en muchos casos.

Voy a intentar especificar más en qué consiste nuestro modelo de psicoterapia respondiendo a algunas preguntas que pueden surgir:

¿Cuál es pues nuestro modo de concebir al ser humano y sus desajustes psíquicos?

El ser humano desde nuestro modelo es entendido en su más alta concreción, teniendo en cuenta todos los factores que le influyen, desde los más radicalmente antropológicos (es decir aquello que caracteriza al ser humano como tal, diferenciándolo de las demás especies; como es que en el ser humano nada le viene dado o podríamos decir que nace sin programar, ha de aprender por tanto cada vez la forma valorar, de optar, de alimentarse, de relacionarse… etc, construyendo continuamente su mundo y su realidad al vivir inmerso en un complejo sistema de símbolos, empezando por el lenguaje ), a los sociológicos ( vigencias, presiones culturales… etc ) y los comunicológicos (es decir cómo nos comunicamos y damos significado a todo lo que nos rodea).

Es esta complejidad del magma afectivo y simbólico en el cual el ser humano se halla inserto lo que implica que gran parte de sus procesos y contenidos mentales se desarrollen de manera inconsciente, y precisamente en aquello que más le afecta o determina su comportamiento.

Realmente la vida sería mucho más sencilla si no existiera vida inconsciente, no habría equívocos en las relaciones y serían mucho más sencillas, seríamos mucho más transparentes tanto para los demás como para nosotros mismos, nuestros actos y elecciones serían totalmente racionales y más acertados, pero también nuestra vida afectiva carecería de densidad, no existiría el arte, los sueños, las ideologías, el amor apasionado… y otras tantas cosas que nos caracterizan.

El ser humano se define por lo tanto por su plasticidad, lo que facilita el cambio si se tocan adecuadamente todos estos factores.

Así mismo entendemos que no existe la enfermedad mental, si no personas más o menos desajustadas, de múltiples maneras, ya que el ser humano es algo muy complejo, son muchos elementos los que interactúan en su formación, y es muy fácil que por un motivo u otro no llegue a integrarse adecuadamente, y que en cada caso ha de hacerse de forma distinta.

El catálogo de los trastornos mentales no es más que un invento creado por los profesionales para utilizar un lenguaje común acerca de los problemas psíquicos, pero que desde concepciones materialistas y por equiparación a las enfermedades físicas se le ha llegado a dar un peso de realidad inadecuado, y que denota cierta fijeza o estaticidad ( o algo que se posee como si de un virus se tratara… etc ) cuando en cambio lo psíquico es por su naturaleza algo muy plástico y que si a algo refiere es a la intimidad más profunda, aunque pueda manifestarse en lo físico de una u otra manera.

Los síntomas en salud mental no es como en las enfermedades físicas, donde a través de ellos se puede inferir casi de forma directa la causa o perturbación interna que lo provoca, los síntomas psíquicos en cambio permiten inferir muy poco de lo que aqueja a la persona, no son más que una forma más de mostrarse y significarse la totalidad de la persona, y es necesaria una exploración mucho más profunda de la intimidad para ver lo que hay detrás de un síntoma, como puede ser un conflicto, una estructura de personalidad desajustada, fijaciones o distorsión de afectos, un trauma, carencias afectivas, necesidades insatisfechas… etc, de las que el afectado no es consciente pero expresa sin darse cuenta .

¿Cómo se desarrolla el proceso terapeútico? ¿De qué manera se produce el cambio?

Para inducir el cambio es necesario crear una relación de carácter muy especial entre paciente y terapeuta, y será en el marco de esta relación donde se va a desarrollar el proceso terapeútico, a través de la movilización de los componentes de la personalidad que se requieran para lograr el cambio. Es por ello que un proceso de psicoterapia lleva tiempo, no se hace en dos días. Al igual que la personalidad ha tardado tiempo en formarse, es necesario cierto tiempo para su modificación a través de la Psicoterapia, que puede variar dependiendo de los objetivos que se deseen o la problemática particular de cada cual. Desde nuestro modelo los tratamientos no se suelen alargar más de dos años.

Cuando la persona llega a terapia normalmente se le pide que se exprese con total libertad, que utilice el espacio y tiempo de consulta para expresar todo aquello que desee o necesite. Normalmente se requiere que la persona muestre cierto nivel de apertura para poder acceder y trabajar con los contenidos mentales.

Así el espacio terapéutico podemos definirlo como un espacio de juego, es el espacio del “como si” simbólico, un espacio lúdico y dramático en el que todo lo que se haga y diga es representación, supuestamente intrascendente, reversible, sin valor real y mero juego. Esto permite vencer miedos y ensayar nuevos modos de ser en un clima de seguridad.

Se trata de un espacio en cierta manera “lúdico”, pero de gran significación e intensidad emocional para la persona, en esto se diferencia de cualquier otro tipo de relación, y de ahí que sea tan efectivo para provocar el cambio en poco tiempo.

Esto sucede en gran medida cuando se instaura lo que llamamos “la transferencia”, que es (para explicarlo del modo más sencillo y metafórico) como si el paciente diese acceso al terapeuta a su casa (a ese espacio más íntimo y profundamente simbólico) para hacerle desempeñar distintos papeles o roles según sus necesidades y dejarse influir por él con el objetivo de reparar sus problemas afectivos.

De este modo la transferencia permite revivir con el terapeuta relaciones conflictivas del pasado que han marcado su personalidad proyectándolas en este, lo cual facilita que los contenidos proyectados puedan ser objetivados y se produzca una experiencia emocional reparadora.

Así a través de este juego simbólico y de la relación de confianza que se crea con el terapeuta se va desplegando la intimidad, con sus conflictos, bloqueos, fijaciones, carencias, traumas…etc que de esta manera pueden ser elaborados y reconducidos.

El objetivo último es que la persona logre ser más ella misma”, es decir alcanzar la “identidad” cuyo desarrollo fue obstaculizado por distintos motivos.

 

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